En la historia cultural de El Carmen de Viboral, el nombre de Mario Acevedo Acevedo resuena con la quietud de quien no buscó protagonismo, pero dejó una huella profunda y persistente. Poeta, lector, caminante y maestro de la palabra en su sentido más amplio, Mario encarnó una forma de entender la cultura desde lo sencillo: el encuentro, la escucha y la posibilidad de que un libro leído en voz alta pudiera transformar un lugar.

En 1995, con una carreta de madera cargada de libros, marionetas y sueños, dio inicio a una aventura que marcaría a toda una generación: La Carreta de Leer. Aquel gesto, que podría parecer doméstico o artesanal, se convirtió en un acontecimiento cultural. Con su carreta recorrió calles, escuelas y veredas del municipio, llevando consigo el rumor de los poemas, la conversación y la risa de los niños. Para Mario, leer era un acto de comunidad; la palabra, una casa abierta; y el movimiento, una forma de pensamiento.

Su obra literaria permaneció durante años en silencio, resguardada entre cuadernos y papeles. Fue su familia quien, tiempo después, impulsó la publicación de sus poemas, revelando una voz de intensidad contenida y mirada contemplativa. En sus versos, el silencio se vuelve territorio, la naturaleza adquiere lenguaje y la muerte aparece como un tránsito luminoso. Su poesía se asoma a lo desconocido sin pretender dominarlo: observa, deja ser, confía en la fugacidad.

Mario Acevedo no solo fue un creador, sino un sembrador de memoria. Su labor inspiró a otros y dio origen a iniciativas que hoy prolongan su legado, como la Biblioteca Rural de Boquerón, que lleva su nombre. En 2023, el Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral inauguró también la Sala de Lectura Infantil Mario Acevedo Acevedo, reconociendo en su figura una raíz fundacional de la lectura y la palabra compartida en el municipio.

Recordarlo es reconocer una forma distinta de pensar la cultura: no como monumento, sino como movimiento. La Carreta de Leer no fue un simple vehículo para libros, sino un símbolo de resistencia y ternura, una pedagogía viva que llevó la palabra al encuentro del otro. En su paso quedaron huellas materiales —fotografías, testimonios, fragmentos—, pero sobre todo, una herencia invisible: la certeza de que la palabra, cuando se comparte, sigue rodando.